Hay días en los
que recuerdas con más vehemencia la calidad de extranjero. Una situación que
viene de la búsqueda de un destino mejor para algunos, la sobrevivencia para
otros, e incluso, para tantos la “salida” ante una situación política que ahoga,
que impide progresar o que puede llevar a perder la libertad.
Es una condición
que implica alejarte de los tuyos, de tus olores, tus sabores. El acento se
vuelve extraño, la palabra patria queda entre el recuerdo de lo vivido y esos
símbolos que llevas como estandarte de vida.
En pocas
ocasiones en estos 11 años me he sentido extranjera, he de decir que probablemente
sea una afortunada. Pero basta que alguien toque tu patria o a tus coterráneos
de forma despectiva, eso hace que reacciones como fiera herida a defenderlos. La sensibilidad
es distinta. Es parte de tu piel, de tu ADN, de lo que eres.
Venezuela lleva
17 años de dictadura, va muriendo progresivamente. La situación sanitaria y de
alimentación está en límites insospechados, de absoluta emergencia, que en
teoría deberían hacer actuar a organismos internacionales. Pero todos están
asombrados que ello ocurra en un país que era distinto, que supuestamente es
rico, pero terriblemente pobre para su población. Se mantienen impávidos y sin
reacción.
Pareciera que
muchos olvidan que Venezuela entre los años 50’s y 70’s recibió a más de dos
millones de europeos en la postguerra, con una política de puertas abiertas
donde se les permitía trabajar y adquirir la residencia casi de inmediato. De ellos
casi un millón de españoles. Después de la revolución cubana, desde la Isla
llegaron también a instalarse en el país, al que hicieron como propio. Para los
años 70’s, nuestros “hermanos del sur” fueron auxiliados, y se dictó una medida
que obligaba a tener un porcentaje de los planteles de las empresas privadas de
inmigrantes llegados de Argentina, Chile, Perú y Uruguay. También llegaron de
otras tierras, el Líbano, judíos de diferentes partes del mundo, turcos, chinos,
de los países caribeños y por supuesto, de Colombia con quien siempre se
mantuvo un vínculo constante. Todos hicieron de Venezuela su tierra, se
adaptaron y fueron adoptados.
Hace poco leí un
artículo sobre seis de esos inmigrantes que con 80 años han optado por volver a
España, su tierra natal. Al final de cada entrevista les hacen una pregunta, “se
siente español o venezolano”, en ninguno de ellos hay atisbo de dudas, “venezolano”.
Y más, mencionan que si la situación lo permitiera volverían a “su tierra”.
Quizás es momento
de recordar todo lo que Venezuela, sus habitantes han hecho por diferentes
naciones del mundo. Por esa democracia que hoy disfrutan. Por la formación de
líderes políticos, así como de profesionales de pro en diferentes ámbitos de la
vida. Venezuela muere cada día ante la vista inerte del mundo.
Nunca, en toda la
historia republicana se había visto una diáspora igual. Nunca, se había vivido
algo similar. Y entretanto, muchos prefieren mantenerse ajenos a lo que ocurre.
Quizás alguno diga discretamente y en voz baja, “que haya paz”, mientras los
DDHH de los venezolanos y muchos de sus connacionales son violados cada minuto
en la que fue tierra de gracia.
Mientras muchos
han llenado sus arcas, las conciencias siguen indolentes.
Venezuela se muere, bajo la responsabilidad de todos.
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