Quiero empezar este texto tomando lo último del post
anterior:
“Para muchos, el día de hoy es histórico. Los
números en negativo, la miseria, la violencia y el desabastecimiento parecieran
pasar factura a este régimen. Pero los verdaderos héroes de esta jornada son
esos anónimos, quienes están desde tempranas horas en las mesas electorales, como
testigos y vigilantes de del voto, que se respeten los resultados finales. Son
ellos los que están dando la cara, con la esperanza que aún se puede contra una
dictadura todopoderosa. Son ellos, quienes hoy, allá, a más de 6 mil kilómetros
de distancia están dando la pelea por cada uno de nosotros, quienes nos hinchan
el corazón de orgullo patrio, de ser venezolanos, de haber nacido en esa tierra
maravillosa que hoy vive sus días más aciagos. Pero a pesar de ello, siguen en
pie, sin dar cabida al desánimo.”
En estos días en esta casa se habla venezolano, se
pone el Pesebre y no el Belén, porque estamos de celebración. En mi casa, en
esta España adoptiva y adoptada.
Y es que nos embarga una alegría enorme, porque
hemos ganado. En la mañana de ayer, luego de apenas horas de sueño, de quedarme
con el “celular” en la mano esperando noticias, que mi hijo me despertara con
cara de circunstancia en plena madrugada sabiendo que su mami trabaja al día
siguiente, y también que siempre tiene un país atravesado en la garganta y esta vez con una sonrisa en el alma.
Han sido años de lucha, de procesos de votación, de
firmas, de paro petrolero, de marchas, de protestas, de bombas lacrimógenas, de
lista Tascón, de cierre de fábricas, expropiaciones ilegales, de pérdida, mucha
pérdida, de muertos, persecuciones, un país en la distancia e irreconocible, de
angustia… En Diez y Siete años es la primera vez que volvemos a sentir que
ganamos unas elecciones y se nos reconoce, esta ocasión nos era imposible
participar desde el extranjero. Sin embargo, estábamos lejos pero no ausentes. Así,
casi dos millones de venezolanos que hemos tenido que salir del país, por
activa o por pasiva. Hoy todos estamos de celebración, aunque sabemos que hay
mucho por delante.
Amanece en Venezuela, siempre amanece temprano, con
olor a tierra fresca, a café recién colado, a arepa. Amanece calentito, con ese
abrazo delicioso de mamá, con el sonido de los pájaros, con el hablar cantadito
de mi gente bonita.
Amanece, y sabemos que aún están allí, esos presos
políticos. Esas familias que han perdido sus hijos, que hemos perdido bienes y
no sabemos si les recuperaremos, que nos separan kilómetros y hasta mares de
por medio. Que la producción apenas existe y la productividad pareciera una
palabra remota en libros extraños.
Amanece en un país donde los colectivos armados han
tomado el poder de muchas zonas, mandan al ritmo de las armas que incluso
portan niños. Estamos llenos de cicatrices y heridas sin curar, de mucho luto.
Sabemos que esto apenas es un paso. Pero es una luz al final de un túnel al que
no veíamos final.
Diez y siete años de adoctrinamiento y miseria.
Como en otras épocas, hemos vivido una hazaña épica que
tiene nombres, miles de nombres de ancianos y jóvenes, de presos por un país
que ha salido a la calle para dar oportunidad a ese cambio y dispuesto a
defenderle. Allí estuvo la diferencia.
Enhorabuena, otra vez; ahora esperan dos labores, la de reconstrucción y la de justicia o depuración de responsabilidades.
ResponderEliminarQueda un largo camino, el adoctrinamiento ha hecho mucho. Pero hay esperanza.
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